El Mundo Orbyt.
ESCRITOS inéditos
ANTONIO LUCAS / Madrid
01/06/2013
Sucede con algunos creadores que cuando
más se acerca el lector a su jurisdicción, más se alejan ellos. Son los
que han desarrollado una furibunda pasión por desaparecer. Una necesidad
delicadísima de no ser más que lo que han escrito. Y a veces, tampoco
eso exactamente.
Fernando Pessoa (Lisboa, 1888-1935) soñó un día que había
despertado y aquel pánico de la vigilia le propició una búsqueda
insaciable en favor de sí mismo, de su fervor de ocultarse. Comenzó a
generar identidades, heterónimos de papel, psicofonías, extrañas
prótesis casi humanas, gentes que no eran él pero le servían para tomar
del mundo un trago más largo. Y fue echando esos folios entre alucinados
y genealógicos a un baúl. Un baúl que al morir dejó lleno de gente. Y
de voces. Y de sombras. Y de textos aún por revelar donde aquel
alfeñique untado en absenta confeccionó una nueva astronomía. Una parte
de ese legado aparece ahora: Escrito sobre genio y locura, en Acantilado.
Entre
lo mucho que Pessoa dejó para los que vinieran a huronear en su
rarísima expedición están algunas de sus pálidas obsesiones. Y de todas
ellas, una que tomó como aleta caudal de sí mismo: los estudios sobre el
genio y la locura, sobre los impulsos desordenados, sobre la anomalía
psíquica y la degeneración, sobre lo que tiene el creador auténtico de
magnífico delirio y de psicopatía.
Dedicó muchos años al estudio de este campo y sus accidentes,
quizá para explicarse mejor a sí mismo y a su forma de escribir con los
nervios. El profesor Jerónimo Pizarro ha reunido muchos de aquellos
estudios dispersos –algunos inéditos en español– en un volumen que lleva
en el cargador una pregunta detonante: ¿depende el genio de la locura?
No hay respuesta. Pessoa no la da, pero sí navega por todas
las posibilidades en pequeños ensayos, fragmentos y poemas que comenzó a
escribir entre 1906 y 1907. Tenía 17 años y regresaba de Sudáfrica para
instalarse de nuevo en Lisboa. En esos días escribió The door, un cuento con largas digresiones sobre la locura. Pero, él no estaba loco. Sencillamente pisaba las lindes del código penal
de la angustia en repetidas ocasiones. «Los que están al borde del
desequilibrio nos suelen dejar sin herramientas para acercarnos a
ellos», sostiene Pizarro. «En su caso, vivió la locura muy de cerca a
través de una de sus abuelas y de varios de sus amigos. La sintió muy
adentro de sí mismo, pero no llegó (que sepamos) a padecerla».
Diríamos que lo suyo era más un terror y una fascinación en
difícil equilibrio. «Trabajó mucho sobre ello. Y en ciertos momentos lo
hizo rozando la bipolaridad», ataja el autor de la edición. Pessoa dejó
disperso un largo paisaje de ideas, fragmentos y aforismos con los que
abordaba el asunto desde diferentes perspectivas: «Ningún hombre sano es
metafísico»; o «El genio y el criminal se asemejan en algo», escribía
en distintos párrafos que reúne el libro.
Pero en el fondo de esta aventura está, sobre todo, un
acontecimiento que el poeta siempre consideró superior en su percepción
de lo real: su relación con los conceptos de identidad. «Él mismo, a
través de la idea de multiplicidad, que tanto investigó con su obra,
propició una revisión del concepto de genio artístico», explica Pizarro.
Para Pessoa la genialidad era una manifestación del hombre
inadaptado: «Pero un inadaptado que crea, es decir, que hace que el
medio se adapte a él... El genio es tal vez el primer estadio de la
locura, una forma más suave y equilibrada de ella...», escribió en 1907.
En esa época leía a Nietzsche y a Lombroso. Estaba por entonces
empezando a confeccionar un tratado no sólo para acercarse mejor a
su obra, sino para mirar con más nitidez el siglo XX. El material
disperso que reúne este volumen es parte principal del complejo mundo
psíquico del autor de Tabaquería. Crea genealogías y familias
alrededor de la locura. Lo hace con rigor. Y nos vuelve a llevar, como
lectores, al desconcierto. Una vez más, sabemos dónde empieza Pessoa,
pero no donde termina. «Todo en él es parte de algo mucho más grande»,
explica el responsable de la edición.
Aquel redactor y traductor de cartas comerciales sin relieve
aparente es uno de esos creadores que aún después de muerto se sigue
renovando con más ímpetu. «A veces parece que publicara más que un autor
vivo», sostiene Pizarro. Esto también forma parte de la leyenda que se
ha generado a su alrededor desde los primeros síntomas de recuperación, tras décadas de olvido, en los años 80.
Esta parte de su obra tiene, sobre lo ya sabido (los heterónimos de Álvaro de Campos, Alberto Caeiro y Ricardo Reis o Libro del desasosiego)
es algo de sublevado de la normalidad. Un tipo capaz de exagerar la
lógica hasta hacerla colisionar en un terreno de penumbras, a la vez
sofisticado e inteligente, donde alcanza una percepción de la genialidad
en ocasiones hermética; y en otras, obsesiva.
Y escribe: «He oído a cierta gente preguntas: ¿qué es un
poeta normal? La respuesta es sencilla: un poeta normal no tiene
sentido. El mismo hecho de ser poeta excluye la normalidad. Ningún
hombre normal, ningún hombre ordinario es un poeta. Entonces,
dirán, ¿qué es la normalidad, la salud en un poeta, si no existe una
normalidad o una salud comparativa? (...) El genio no puede coexistir
con un intelecto común. Es imposible. El genio consiste en una
asociación de ideas anormalmente».
¿Pero tenía Pessoa conciencia de sí mismo como genio? «La
tenía», sostiene Pizarro. «Pero era una conciencia muy dolorosa, muy
dramática. Tenía la certeza de que en vida sólo se reconocía el talento,
pues el genio sólo puede ser reconocido después de la muerte».
Es decir, parafraseando a Luis Rosales, que hay talentos que
duran toda una vida mientras que hay genios que sólo lo son para toda la
muerte.
Los estudios sobre genio y locura del poeta portugués y sus reflexiones sobre el asunto publicadas en la revista Orpheu
hasta 1915 le llevaron a enfrentarse a los psiquiatras portugueses de
entonces, a los que acusaba de enemigos de la literatura de vanguardia.
Sólo se reconcilia con parte de la psiquiatría tras las lecturas que
hace de las obras de Freud, pero en cualquier caso siempre se mostró
como jefe de su propia expedición en este y en otros tantos asuntos. «El
psiquismo de Pessoa», advierte Pizarro, «se va enredando cada vez más
en territorios de la imaginación. Es en ese momento cuando formaliza los
mejores abordajes sobre sí mismo, aprovechando la ficción para generar
sus trasvases literarios entre el genio y la locura, que tanto le
interesaban».
En esa concepción patológica de lo extraordinario en algunos
hombres, Fernando Pessoa no encuentra freno. Y es de este modo como
levanta enfebrecido el país de su escritura, ese territorio sin más
servidumbre que los puros límites que marca la vida. O, mejor, la
muerte. Él quiere despojar las ideas y las conductas del genio de su
servidumbre original. «El genio es locura, hoy lo sabemos, una especie
de delirio», apunta. «Pero en verdad no es, en su forma más elevada,
sino una megalomanía razonadora, en el mejor de los casos».
Los últimos años de vida del gran escritor portugués ya no fueron, sin embargo, propensos al estudio de estos asuntos, sino que el alcohol y el esoterismo tomaron el relevo. Pessoa, extrañamente, podría adscribirse a distintos universos. Aunque, al final, todo en él fue producto de una naturaleza verbal insólita. El mundo era palabra. Gente imposible hecha de palabras. Ficciones construidas con palabras. Un genio alfabético con el que consolidar un espacio más habitable que el de la propia vida. Casi como la locura.